No es una exageración afirmar que el conocimiento futuro de este sitio sólo estará disponible a través de materiales de archivo: al audio guía de la visita, las réplicas, el memorial en el muro, las piezas de arte escenificadas en la práctica experiencial que caracteriza a las típicas prácticas conmemorativas. Entramos en un espacio que ha sido creado de tal manera que los objetos de archivos puedan provocar una reacción afectiva en los visitantes. Pero me es difícil imaginar que estos objetos pueden conmover a alguien que no haya estado involucrado en la práctica, que nunca haya estado en el sitio, o que no tenga ninguna conexión con lo ocurrido allí. El punctum, el detonante, tiene que venir de alguna parte del espectador/oyente. El trauma vive en el cuerpo, no en el archivo.

El Parque de la Paz sigue siendo un lugar practicado. La violentamente disputada historia de prácticas espaciales regresa y perturba el presente. La memoria se actualiza constantemente. Los testimonios personales se convierten en parte de la narrativa histórica. En un plano evidencial, Villa Grimaldi demuestra tanto la importancia, como la complejidad del lugar en la memoria individual y colectiva. Lo que le sucede a ese espacio es equivalente a lo que ocurre a la comprensión que los chilenos tienen de la dictadura: ¿La gente reprimirá, recordará, trascenderá u olvidará? Las propuestas en conflicto acerca del espacio reflejan sobresalientes opciones públicas: derribarlo para enterrar la violencia; construir un parque conmemorativo para que la gente sepa lo que pasó; trascender la violencia, celebrando eventos culturales en el pabellón; olvidar este lugar desolado, olvidar este lamentable pasado; utilicemos este lugar para educar a las futuras generaciones. En ninguna parte se habla sobre justicia o venganza.

Las preguntas planteadas por estos sitios oscuros se extienden más allá de las cercas construidas alrededor de ellos. La pequeña maqueta cerca de la entrada es para Villa Grimaldi lo que Villa Grimaldi es para Chile, y lo que es Chile es para el resto de América: una versión en miniatura de un proyecto mucho más grande. Habían 800 centros de tortura en Chile bajo Pinochet. Si se usaron tantos lugares cívicos y públicos como villas, gimnasios, tiendas y escuelas, para la violencia criminal, ¿cómo sabemos que toda la ciudad no funcionó como un centro clandestino de tortura? La escala de las violaciones es impresionante. La ubicuidad de la práctica se desborda y contamina la vida social. Podemos controlar un sitio y ponerle una cerca alrededor, pero la ciudad, el país, el cono sur, el hemisferio, han sido conectados en una red de violencia—y más allá también, por supuesto, y no sólo porque los EE.UU. abiertamente exporta la tortura. En realidad, yo siempre sé lo que pasó aquí/allí y acepto que este, al igual que muchos otros sitios, es mi responsabilidad. Yo participo en un proyecto político que depende de hacer que ciertas poblaciones desaparezcan. Estoy constantemente advertida para mantener la vigilia, a “decir algo” si “veo algo.” Aunque eludí responsabilidad cuando conocí a Matta—el gobierno mexicano no tiene nada que ver con el golpe de estado chileno—hay otra capa ahí. Después de años de estar auto-cegada, me doy cuenta que el gobierno mexicano bajo el entonces presidente Luis Echeverría desapareció a miles de jóvenes de alrededor de la misma edad que yo tenía entonces. Ahora que vivo y trabajo en los EE.UU., sé que mis impuestos pagan por Guantánamo y quién sabe por qué más. Algo ha sido restaurado a través de los tours, con todas sus diferencias, que pone a varios de mis mundos en contacto directo. Como este espacio de múltiples capas en sí mismo invita, reconozco las capas y capas de prácticas políticas y corporales que han creado estos lugares, las prácticas y políticas de la transmisión histórica, las historias personales que yo traigo a ellas, y las emociones que se dispararán a medida que caminamos a través de ellos de nuestras propias maneras. Experimento el tour como un performance, y como un trauma, y sé que nunca es por primera, ni por última vez.