Map from Pedro Matta’s book, “A Walk Through a 20th Century Torture Center: Villa Grimaldi, A Visitor’s Guide.”

2006 Pedro Matta, un hombre alto y de contextura fuerte, caminó hacia mi cuando llegué a la modesta entrada lateral de Villa Grimaldi, un antiguo campo de detención y tortura ubicado en las afueras de Santiago de Chile. Es un lugar difícil de encontrar; los taxistas en Santiago nunca han oído hablar de él.i Desde el exterior cuesta adivinar lo que hay adentro. Matta es un sobreviviente que unas dos veces al mes da visitas guiadas a personas interesadas en saber lo que pasó acá. Me saluda y me entrega la versión en inglés del libro que ha escrito: “A Walk Through a 20th Century Torture Center: Villa Grimaldi, A Visitor’s Guide” (Traducido al español: “Un paseo a través de un centro de tortura del siglo XX: Villa Grimaldi, una guía para el visitante”). Le digo que soy de México y que hablo español. “Ah”, me dice, escaneándome mientras estrecha su mirada, “Taylor, asumí que era…”

El espacio es amplio. Parece una ruina o un sitio en construcción. Hay algunos escombros y signos de un edificio nuevo: un espacio de transición, parte pasado, parte futuro. Por distintas razones, es difícil hacerse una idea de dónde estamos parados.

Esta es la ruta que tomaremos en esta sección y luego nuevamente en “Sitios disputados”, que ofrece un tour de audio que sigue la misma ruta.

Una señal en la entrada, Parque por la Paz Villa Grimaldi, informa a los visitantes que 4,500 personas fueron torturadas aquí y 226 desaparecidas y asesinadas entre 1973 y 1979. Tomo una fotografía de la señal que nos recuerda que este lugar es simultáneamente un campo de tortura, un memorial, y un parque por la paz.ii Al igual que muchos sitios conmemorativos, nos recuerda que esta trágica historia nos pertenece a todos, y nos pide comportarnos respetuosamente, para que pueda mantenerse y seguir con su labor educativa. La primera lección, claramente, es que este lugar es “nuestra” responsabilidad en más de un sentido.

“Por acá, por favor”. Matta, es un hombre formal. Me lleva hacia una pequeña maqueta del campo de tortura, para ayudarnos a visualizar la disposición arquitectónica de un lugar ya desaparecido: El Cuartel Terranova. Terranova (o “tierra nueva”), es un término que se usaba para designar territorios inexplorados en mapas antiguos. Villa Grimaldi, sin duda, representa un territorio inexplorado.

¿Quién pensaría que los militares chilenos estaban interesados en la literatura clásica?

La maqueta está posicionada, como un ataúd, bajo un toldo plástico, ligeramente opaco, que en sí mismo distorsiona la visión.

 

Model of Terranova, Photo: Diana Taylor, 2006.

 

Como en muchos sitios de importancia histórica, la maqueta ofrece una vista panorámica de toda la zona. La diferencia aquí es que lo que vemos en la maqueta ya no está ahí. A pesar de que estoy presente, no lo puedo experienciar “en persona”. Por lo tanto, uno podría preguntarse, ¿cuál es el propósito de la visita?, ¿qué podemos entender al estar físicamente en un centro de tortura una vez que los indicadores han desaparecido?, ¿ofrece el espacio evidencia no disponible en otro lugar, o señales que causen alguna reacción en los visitantes? Además del cartel en la entrada, hay poca evidencia del contexto. Mis fotografías pueden ilustrar lo que este lugar es ahora, no lo que fue. Entonces, ¿por qué? Es suficiente por ahora que estoy aquí en persona con Matta, quien me lleva a través del recorrido. Matta habla español; eso cambia la situación. Parece relajarse un poco, aunque su voz es muy tensa y se aclara la garganta continuamente.

Villa Grimaldi. Early 20th century.

El recinto, originalmente una hermosa villa del siglo XIX utilizado para fiestas y reuniones de fines de semana de artistas e intelectuales de la clase alta, fue tomado por la DINA,iii las fuerzas especiales de Augusto Pinochet, para interrogar a las personas detenidas por los militares en las masivas redadas. Como fueron miles las personas capturadas, muchos espacios civiles fueron transformados en improvisados centros de detención. El ejército se apropió de sitios identificados o frecuentados por intelectuales progresistas y movimientos de izquierda—Londres 38 había sido la oficina del Partido Socialista; el Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile se convirtió en el Centro de Comunicaciones para los militares, y así sucesivamente.

Claiming Villa Grimaldi, 1995.

Villa Grimaldi fue uno de los más infames. Uno de sus atractivos, supe después, era que este remoto lugar estaba cerca de un aeropuerto militar controlado por Pinochet, jefe de la Fuerza Aérea. Resultó ser un lugar conveniente para cargar prisioneros en los conocidos vuelos nocturnos durante los cuales sus cuerpos eran arrojados al mar cargados con metal para hundirlos.

A finales de los ochentas, uno de los generales vendió el lugar a una compañía constructora que pertenecía a la familia Pinochet, para derribarlo y reemplazarlo por un proyecto inmobiliario. Sobrevivientes y activistas de derechos humanos no pudieron detener la demolición, pero después de muchas acaloradas protestas lograron en el año 1995 asegurar el espacio como un monumento y un parque por la paz. Matta, entre otros sobrevivientes y activistas de derechos humanos, ha invertido una gran cantidad de tiempo, dinero y energía para asegurarse de que el espacio se mantenga como un recuerdo permanente de lo que el gobierno de Pinochet le hizo a su pueblo.

Tres épocas, con tres historias, se superponen en este espacio, que hasta ahora cuenta con múltiples funciones: comprobatoria, conmemorativa, reconciliadora y pedagógica.

 

Model of Terranova, Photo: Diana Taylor 2006.

 

El campo de detención en miniatura nos posiciona como espectadores. Nos erguimos por encima del modelo, mirando hacia abajo su estructura organizativa. Matta me contó que fue construido por estudiantes de arquitectura utilizando su ayuda y la de otros sobrevivientes. La entrada principal, arriba a nuestra izquierda, permitía el paso a los vehículos que entregaban a los cautivos encapuchados al edificio principal. El lenguaje de Matta y mi imaginación pueblan el espacio inerte. Él apunta a la pequeña copia del gran edificio principal que sirvió como centro de operaciones de la DINA. Allí los militares planeaban quiénes serían sus objetivos y cómo los capturarían, y evaluaban los resultados de las sesiones de tortura. El oficial a cargo de Villa Grimaldi y sus asistentes tenían oficinas aquí, y había un comedor para los oficiales. El espacio alojaba los archivos y una estación de radio de onda corta mantenía a los militares en contacto con sus contrapuntos en el resto de América del Sur. El Plan Cóndor, la red transnacional de los regímenes militares represivos que operaban en América Latina en cooperación con la CIA, compartía inteligencia y ayudaba a capturar a los líderes progresistas y militantes prófugosiv . En los pequeños edificios que corren a lo largo del perímetro a nuestra izquierda, los prisioneros eran divididos, separados y vendados; hombres para un lado, mujeres para el otro; dibujos en miniatura hechos por sobrevivientes se alinean en la periferia; prisioneros encapuchados empujados por los guardias con fusiles para sus treinta segundos en las letrinas; una sala de pequeñas celdas cerradas custodiadas por un hombre armado; un dibujo de un primer plano de la parte interior de una de las celdas en donde hay media docena de hombres encapuchados y con grilletes, apretados uno junto al otro; una cámara de tortura vacía con una litera de metal equipada con tan sólo unas correas de cuero, una silla con correas para los brazos y los pies, una mesa con instrumentos.

 

Photo: Diana Taylor, 2006.

 

Photo: Diana Taylor, 2006.

 

Photo: Diana Taylor, 2006.

 

Los objetos referencian comportamientos. Sabemos exactamente qué sucedió allí/aquí. Matta apunta a otras estructuras de la maqueta. Es claro que el desplazamiento ofrecido por la maqueta le da una sensación de control—ya no necesita revivir la imagen para describirla—, puede externalizarla y apuntarla. La violencia, en parte, puede ser transferida al archivo, materializándose en la pequeña maqueta. Matta es explícito acerca de la política criminal y muy claro en su condena al rol de la CIA en la crisis chilena. Sus ojos azules me penetran y luego recuerdan que yo no soy esa audiencia—soy una audiencia, pero no esa audiencia.

Mirando la maqueta en relación al espacio más grande, veo que estamos parados en el edificio principal, usurpando el lugar de los militares. Mirarla me ofrece la extraña fantasía de ver o comprender el “todo”, la ficción de que puedo entender la violencia criminal sistémica aun cuando nos posicionamos de manera simultánea dentro y por sobre la contienda. Se nos permite identificar sin identificarnos. No estamos implicados, excepto en la medida en que podamos comprender la información transmitida a nosotros a través de la maqueta y por Matta, el guía. Esto sucedió allí, en aquel entonces, a éllos, por éllos…. El recontar produce un desplazamiento espacial y temporal. El encuentro, en este punto, es acerca de la representación y la explicación de los hechos. Tomo fotografías, preguntándome cómo el tenue poder de evidencia de la foto podría extender el frágil poder comprobatorio que reclama la maqueta. Yo sé lo que pasó en Villa Grimaldi, por supuesto, pero me pregunto si estar allí me ayuda a saber de otra manera. ¿Puedo, con mi cámara, hacer algo para volver más visible la violencia criminal?

La “otra” violencia, las políticas económicas que justificaron y permitieron la ruptura de cuerpos, permanece invisible afuera del marco.

 

The Abedules, or birch trees. Photo: Diana Taylor 2010.

 

Levantamos la mirada y miramos alrededor, al “lugar” en sí. No hay mucho para ver del antiguo campo. Los restos de algunas estructuras originales y réplicas de las celdas de aislamiento y una torre conforman el recinto, vaciado aunque no vacío—vacío de algo palpable en su ausencia. No hay historia. No hay responsable. Más tarde me enteré que los activistas plantaron hileras de abedules para simbolizar la frágil y solitaria condición de los ex prisioneros, junto con su resistencia.v Matta informa y apunta en este campo demolido, pero no parece conectarse personal o emocionalmente con lo que describe. Algunos objetos han sido reconstruidos y colocados para apoyar la narración—esto ocurrió aquí. Un modelo a escala de las “casas Chile” replica las celdas de uno por dos metros en las que obligaban a grupos de cuatro o cinco presos a permanecer de pie durante períodos de tiempo prolongados. Fueron llamadas así por las fuerzas armadas como una ironía a la iniciativa de Salvador Allende de proveer hogares a los pobres—pequeños y estrechos como eran.

Photo: Diana Taylor, 2006.

Matta me dijo más tarde que había aprendido a dormir de pie en una de esas celdas.

Me imagino que algunos visitantes deben incluso intentar exprimirse a sí mismos en las pequeñas y verticales celdas de aislamiento. Incluso podrían pedirle a alguien cerrar la puerta. ¿Les permite esta simulación sentir o experimentar el campamento más plenamente que caminando a través de él? Posiblemente. Ritos de privación sensorial preparan a los miembros de comunidades para llevar a cabo transiciones difíciles o sagradas mediante la inducción de diferentes estados mentales. La idea básica—que la gente aprende, experimenta, y logra adaptarse a los comportamientos del pasado/futuro al ensayarlos y encarnarlos físicamente, probándolos, actuándolos —es la teoría subyacente del ritual, más antigua que la teoría de la mimesis aristotélica y tan nueva como las teorías de las “neuronas espejo” que exploran cómo la empatía y la comprensión de la relacionalidad y la intersubjetividad humana son vitales para la supervivencia humana (Gallese 2001). Pero estas celdas reconstruidas me desconciertan. Me avergüenza incluso pensar en entrar en la presencia de Matta—él fue sometido a esta crueldad, no yo. ¿Cómo puedo simular experimentar lo que él padeció? Más bien todo lo contrario: mientras menos veo, más se intensifica lo que supongo pasó aquí. —Mi imaginación llena los vacíos entre la presentación formal que Matta hace de los hechos y las cosas terribles que relata.

Matta me conduce hacia la entrada original—la gigantesca puerta de hierro que ahora está permanentemente cerrada, como si con eso se bloqueara la posibilidad de más violencia.

 

Original Entrance to Villa Grimaldi. Photo: Soledad Falabella, 2012.

 

Desde esta perspectiva, está claro que se ha añadido otra capa al espacio. Un lavado de azulejos decorativos, trozos de la cerámica original que se encontraba en el lugar, forman una enorme flecha en el suelo apuntando hacia afuera de la puerta, hacia la nueva “fuente de la paz” (“símbolo de la vida y de la esperanza”, según el folleto de Matta ) y hacia un gran pabellón de rendimiento. La arquitectura participa en la rehabilitación del sitio.

Fountain. Photo: Diana Taylor, 2010.

La disposición en forma de cruz nos mueve de pasado criminal a futuro redentor. Matta ignora eso por el momento—no se encuentra en el parque por la paz. Este no es el momento para la reconciliación. Su historia traumática, como su pasado, cae pesada sobre toda posibilidad de futuro. Matta continúa su recorrido a través del campo de tortura.vii

Matta habla impersonalmente, en tercera persona, acerca del rol de la tortura en Chile—medio millón de personas torturadas y 5,000 asesinadas de una población de 8 millones. Hago las matemáticas… 1 de cada 16. Habían más torturas y menos asesinatos en Chile que en la vecina Argentina, donde las Fuerzas Armadas desaparecieron permanentemente a 30.000 personas de su propio pueblo. Pinochet decidió quebrar a sus “enemigos” en lugar de eliminarlos: la población de fantasmas o individuos destruidos por la tortura, arrojados de nuevo en la sociedad sería una advertencia para otros. Matta habla sobre el desarrollo de la tortura como una herramienta del estado; desde su temprana fase experimental hasta la práctica probada y de alta precisión en la que se convirtió. El tono de Matta es controlado y reservado. Está dando información de archivo, no un testimonio personal, a medida en que va describiendo el trabajo diario en el campo, y la transformación del lenguaje cuando ciertas palabras fueron prohibidas. “Crímenes”, “desaparecidos” y “dictadura”, fueron reemplazados por “excesos”, “presuntos” y “gobierno militar.”

Mientras caminamos, él describe qué sucedió y dónde, y me doy cuenta de que mantiene sus ojos en el suelo, un hábito nacido al mirar por debajo de la venda que se vio obligado a llevar.

El cambio es gradual—él comienza a recrear sutilmente a medida que re-cuenta. Él se mueve más profundamente dentro del campo de concentración. Aquí, señalando a un espacio vacío, declara: “Casi siempre inconscientes, las víctimas eran sacadas de la parrilla (marco de una cama de metal), y si eran hombres, eran arrastrados hasta aquí (Matta n.d., 13).” Tal vez el lente de la camera pueda captar lo que yo no puedo. Mirando hacia abajo, veo los fragmentos de color de las baldosas y las piedras que ahora marcan los lugares donde una vez estuvieron los edificios y los caminos por donde las víctimas eran empujadas hacia las cámaras de tortura. Al seguir, yo también navego el camino al mantener mis ojos en el suelo: “Sala de Tortura,” “Celdas para mujeres detenidas.”

Photo: Diana Taylor, 2006.

Sigo sus movimientos pero también su voz, que me atrae. Gradualmente, sus pronombres cambian—los torturaron se convierte en nos torturaron. Su performance anima el espacio y lo mantiene vivo. Su cuerpo me conecta con lo que Pinochet quería hacer desaparecer, no sólo con el lugar sino también con el trauma. La presencia performativa de Matta ejecuta el reclamo, lo encarna, le da cuerpo. Él ha sobrevivido para contar. Estar en el lugar con él comunica una sensación muy diferente de los crímenes a la que podemos acceder sólo mirando a la maqueta. que estudiando la maqueta. Caminar a través de Villa Grimaldi con Matta acerca el pasado—el pasado como algo que no es pasado. Ahora. Aquí. Y en muchas partes del mundo, mientras hablamos. No puedo pensar en otra cosa, arraigada como estoy a un lugar que de repente se ha restaurado como práctica. Yo también soy parte de este escenario ahora; no necesito encerrarme en la celda para estar. Lo he acompañado aquí. Mis ojos miran hacia abajo, más mimética que reflexivamente, a través de sus ojos rotados hacia abajo. No veo realmente; imagino. Presencio. Los neurocientíficos llaman a esto cognición corporalizada, pero en teatro siempre lo hemos entendido como mimesis y empatía—nosotros aprendemos y absorbemos reflejando a otras personas. Yo no participo en los eventos, pero sí en la transmisión del afecto que emana de los acontecimientos. El presenciar no me ofrece ninguna sensación de control, ninguna ficción de entendimiento. Matta camina a través del Patio de los Abedules, se sienta en el semicírculo que queda del campo, y habla. Cuando llega a uno de los árboles originales utilizados para torturar a prisioneros de diversas e ingeniosas maneras, él actúa algunas de las posiciones que junto a otros soportó. Dice que sufrió una lesión permanente en su hombro, y que su corazón se vio afectado. En frente de donde estaban las salas de tortura, relata que el cuerpo torturado comienza a liberar agua por todos sus poros. Aunque completamente deshidratada, la persona no puede beber agua porque la electricidad que queda en su cuerpo podría electrocutarla. Tarda un par de horas des-electrificarse. Y la electricidad—prosiguió—hace que el cuerpo se contraiga, entonces los torturadores ataban a las víctimas hacia abajo con una correa de cuero. Algunos prisioneros quedaron con daños duraderos en sus columnas vertebrales y, con frecuencia, en sus esfínteres. Cuando Matta llega al muro marcado con los nombres de los muertos (construido veinte años después de los hechos de violencia),se pone a llorar. Él llora por los que murieron, pero también por los que sobrevivieron.

 

Photo: Diana Taylor, 2006.

 

“La tortura”, dice, “destruye al ser humano. Y yo no soy una excepción. Fui destruido por medio de la tortura”.

Este es el punto culminante del recorrido. El pasado y el presente se unen en esta confesión. La tortura impacta el futuro y, sin embargo, excluye la posibilidad misma del futuro. El sitio de la tortura es transicional, pero la tortura en sí es transformadora: transforma a las sociedades en lugares terroríficos y a las personas en zombies (Godoy-Anativia 1997).

Cuando Matta se retira del muro conmemorativo su tono cambia de nuevo. Ha salido del espacio de la muerte. Ahora es más personal e informal en su interacción con nosotros. Hablamos de cómo otros sobrevivientes han lidiado con el trauma, sobre las similitudes y diferencias con otros centros de tortura y campos de concentración. Dice que necesita volver. La caminata a través del recinto lo reconecta con sus amigos que están desaparecidos. Cada vez que hace una visita con un grupo que está interesado en el tema, siente que está haciendo lo que desearía que uno de sus amigos hubiera hecho por él, si hubiera sido él quien desapareció. Cuenta que después se va a su casa física y emocionalmente agotado, bebe un litro de jugo de fruta y se va a dormir—no se levanta hasta la mañana siguiente. Aún le duele su cuerpo por la tortura y ha desarrollado desgastadoras secuelas. Seguimos caminando, más allá de la réplica de la torre de agua, donde los prisioneros de alto valor eran aislados, más allá de la “sala de la memoria”—uno de los pocos edificios originales que quedan, que sirvieron como salas de fotografía y serigrafía. En la piscina, también original, nos cuenta uno de los relatos más escalofriantes que le contó a él un sobreviviente. En el árbol de la memoria, toca los nombres de los muertos que cuelgan de las ramas como hojas. Diferentes tipos de arte y memoriales conmemorativos han sido instalados para los muertos por algunos de los partidos políticos y las organizaciones más virulentamente golpeadas por las Fuerzas Armadas—el Partido Comunista de Chile y el MIR, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, entre otros, delinean la periferia como pequeñas tumbas parceladas.

Cerca de la salida, un gran cartel con los nombres de los muertos nos recuerda que

“El olvido está lleno de memoria.”

 

Photo: Diana Taylor, 2006.

 

Y, por supuesto, el siempre esperanzador Nunca Más. Matta apenas se da cuenta de la fuente—la superposición cristiana de la redención fue claramente una idea del gobierno.

Después de dejar el sitio, invité a Matta a almorzar a un restaurante cercano que él recomendó. Habló de su arresto en 1975 por ser un activista estudiantil, su época como prisionero político en Villa Grimaldi, su exilio a los EE.UU. en 1976, y su trabajo como detective privado en San Francisco hasta que regresó a Chile en 1991. Utilizó sus habilidades investigativas para reunir la mayor cantidad de información posible sobre lo que sucedió en Villa Grimaldi, para identificar a los prisioneros, y para nombrar a los torturadores destinados allí. Un día, dice, estaba almorzando en este mismo restaurante después de una de las visitas a Villa Grimaldi cuando un ex torturador entró y se sentó en una mesa cercana con su familia. Lo estaban pasando bien. Se miraron el uno al otro y Matta se levantó y salió.